viernes, 13 de noviembre de 2009

Ampliar la base social del antifascismo para derrotar al fascismo


Algunas aportaciones para la normalización del movimiento

Bajo la agudización de la crisis general del capitalismo, el fascismo tiende a pasar a la ofensiva utilizando la demagogia como su principal herramienta para atraer a los sectores políticamente más atrasados de la clase obrera, a la pequeña burguesía arruinada por el propio capitalismo, el campesinado pobre y la juventud sin futuro. El fascismo aprovecha las necesidades y exigencias más cadentes de la población para azuzar los prejuicios más profundos de esta y arrastrarla por el camino del odio, la xenofobia y la violencia. Ejerce así de punta de lanza de la contrarevolución mundial contra los trabajadores y los pueblos y en favor de la guerra.

La extensión de la actividad de las organizaciones fascistas y su mayor arraigo social durante estos años no es por casualidad. La burguesía, ante la creciente pauperización de cada vez mayores capas de la población, necesita dividir a los sectores populares y enfrentarlos entre sí, y para ello echa mano del fascismo (abierto o disimulado), para, mediante un discurso pretendidamente anticapitalista, explotar las ansias de la clase trabajadora por un futuro mejor y arrojarla despúes bajo la bota opresora y explotadora del gran capital. Queda clara, pues, aquella 'vieja' definición del fascimo como “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”.

Mientras el fascismo crece y se desarrolla entre las masas de trabajadores el movimiento antifascista corre el riesgo de quedarse atrás y ser aplastado sino se dan pasos hacia adelante para ampliar su base de apoyo entre la población.

Dos son los problemas principales que arrastra el movimiento antifascista en la actualidad y que debe encarar sin demora: falta de unidad de acción y de objetivos, y la falta de participación de la mayoría de la clase trabajadora en la lucha contra el fascismo.

Para que el movimiento antifascista avance es preciso dejar claro que 'ser antifascista' no es una ideología, ni una moda o contracultura; sino la réplica a una expresión de la lucha de clases que se da bajo el capitalismo. Por eso, dentro del movimiento antifascista pueden, y deben, convivir desde el respeto diversas ideologías y posicionamientos políticos que asuman una práctica decidida de lucha contra la explotación capitalista y sus consecuencias.

Esto solo puede darse a través de una organización unitaria e independiente del control de 'sectores', 'partidos' y otros 'agrupamientos', de manera que podamos obtener un marco políticamente claro para un movimiento antifascista lo más amplio y eficaz posible que de respuesta a los problemas actuales.

Lo primero que se debe tener claro a la hora de combatir el fascismo es qué es contra lo que se lucha. Por un lado están las políticas o actidudes más o menos reaccionarias, que deben ser atacadas como tales, y por el otro lo que sería una situación de fascismo real: una dictadura terrorista abierta de los sectores más reaccionarios e imperialistas del capital financiero, antidemocrática por naturaleza y que agrede a la paz entre los pueblos. Es por eso que la base del fascismo como tal es económica y este no es más que una expresión de la lucha de clases.

En base a lo anterior, el movimiento antifascista debe proyectarse, acompañar si se prefiere, hacia las necesidades y exigencias más candentes de la clase obrera, pues sólo así podrá aumentar su base de apoyo y nutrirse de los elementos más combativos de aquella. Así, uno de los objetivos primordiales del antifascismo sería extenderse hacia otros sectores sociales de manera transversal, como trabajadores de todo tipo, estudiantes, intelectuales, etc. todos ellos de diferentes tendencias ideológicas, preferentemente de izquierdas, pero demócratas en el pleno sentido de la palabra.

Claro está que dentro de un movimiento unitario de oposición al fascismo habrá sectores que sólo asuman una parte de lo expuesto más arriba, al menos de inicio. Pero la asunción de esa diversidad debería abrir la puerta a que participen en el movimiento otras clases sociales afectadas en sus intereses económicos por el propio capitalismo, como son la pequeña burguesía e incluso algunas capas de la burguesía no monopolista.

Normalizar el movimiento antifascista, atraer al mismo al mayor número de trabajadores posibles, extender su actividad entre otras clases y sectores sociales es lo que dará al mismo una mayor eficacia e influencia social. Se trata, en definitiva, de extender entre la sociedad un antifascismo ordinario en contraposición a ese fascismo ordinario que cada día actúa con mayor frecuencia.

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